sábado, 26 de diciembre de 2009

La aparente dulzura de Scarlett Johansson se diluye en las distancias cortas

Si alguna vez tiene usted la (improbable) ocasión de toparse con Scarlett Johansson y la (todavía más improbable) oportunidad de hablar con ella, no se le ocurra referirse a su curvilínea figura. Lo detesta.

Esta periodista, tras haber leído en alguna publicación que la Johansson había bajado notablemente de peso, pese a ser una implacable enemiga de las dietas, tuvo, al verla, la imprudencia de lanzar un comentario espontáneo: «¡Vaya, había oído que se había quedado en los huesos. Pero, al contrario, la veo muy bien!».

Tan (seguramente torpe) observación pretendía ser un halago, pero obtuvo como respuesta una gélida y penetrante mirada de la actriz, una sarcástica sonrisa y un agrio: «Bueno, a mí me parece que estoy bastante delgada, ¿no cree? En todo caso, lo que de verdad me importa es estar sana. Y lo estoy».

Mal comienzo para una entrevista... Aunque por suerte, aquello no era exactamente una entrevista, sino una pequeña rueda de prensa de tan sólo media docena de periodistas en la que el 'genio y figura' de la célebre actriz norteamericana se iría dosificando, respuesta a respuesta, entre todos los presentes. Porque Scarlett, con sus 25 años recién cumplidos (los hizo el 22 de noviembre), su escueto 1,63 de estatura y su rostro aniñado, es, al natural, mucha Scarlett.

De hecho, por esos inescrutables misterios de la fotogenia, la dulzura que transmite su rostro en la pantalla se diluye como un azucarillo en el agua cuando se la contempla en vivo y no a través de una cámara. De cerca, su cara se torna más angulosa y severa, y su mirada deja entrever una gran determinación, un carácter de armas tomar y, por qué no decirlo, un punto de indisimulada displicencia.

Bien sea por su aplaudido trabajo en el cine, por su faceta como cantante, por su afición a hacer caja como imagen de firmas de moda (entre ellas, la española Mango) o por haber sido elegida por alguna revista o encuesta popular la mujer más sexy del mundo o una de las cien más deseadas del planeta, Scarlett siempre está en el candelero.

Y ahora más que nunca, porque se encuentra a punto de escalar otro peldaño en su ascendente e imparable currículo. El lunes, 28 de diciembre, aquí día de los Santos Inocentes, ella preestrenará en un teatro de Broadway Panorama desde el puente, una obra del Arthur Miller, prestigioso dramaturgo que, casualmente, fue marido de ese mito al que Scarlett adora y con el que a menudo se la compara: Marilyn Monroe. Ambas tienen en común, además del físico sensual y la melena rubia platino, el haberse convertido en la alegría de la tropa.

Marilyn cantó para los soldados desplazados en Corea, en 1954. Y Scarlett, 54 años después, visitó los destacamentos del Golfo Pérsico. Aún así, su auténtico mito y en quien sí desearía 'reencarnarse', si ello fuera posible, no es en la Monroe, sino, como ha confesado ella misma, en Frank Sinatra.

En su nueva incursión teatral, a Johansson le toca interpretar el papel de una jovencita de 17 años que debe enfrentarse a la atracción que siente por ella su tío. ¿Difícil meterse en la piel de una adolescente?, se me ocurre preguntarle.

«No veo por qué, no hace tanto que tuve 17 años...», responde ella, de nuevo con una sonrisilla autoritaria y cortante a la que dan ganas de contestarle con acento de Alabama: «Sí, señorita Escarlata. Lo que usté diga, señorita Escarlata...».

Sin embargo, al margen de su aspereza, de la que ya dio buena muestra en su temprana interpretación de aquella chiquilla que perdía una pierna en El Hombre que Susurraba a los Caballos, Scarlett Johansson es una actriz poderosa y convincente, capaz de abarcar innumerables registros, desde la joven urbanita que se aburre en el Tokio de Lost in Traslation a la insaciablemente curiosa estudiante de periodismo de Scoop, pasando por la silenciosa y dulce Muchacha de la Perla o la, más reciente, Viuda Negra de Iron Man 2.

Diva o no, lo cierto es que esta chica nacida en el Bronx neoyorquino de madre judía de origen polaco y padre danés puede presumir de haber trabajado a las órdenes de Sofia Coppola, Woody Allen (en tres películas), Robert Redford y Brian de Palma antes de cumplir los 25, cosa que no está al alcance de cualquiera.

Su vocación parece responder a una predisposición genética. Su hermana mayor es actriz y su hermano mellizo, que nació tres minutos después que ella («los tres minutos más importantes de mi vida», como suele bromear Scarlett) también se dedica a la interpretación. Su madre, separada de su padre (arquitecto) desde hace doce años, es productora cinematográfica y su abuelo paterno fue guionista y director.

Pese a no tener una gran voz ni demostrar un excesivo entusiasmo al cantar, Scarlett ha logrado labrarse un nombre como vocalista y ya va por su segundo disco, 'Break Up', grabado con Peter Yorn. Preguntar a la actriz por Tom Waits es otro jarro de agua fría. «¿Que si siento admiración por él? Claro. Canto sus canciones, ¿no?».

Si alguna vez tiene usted la (más que improbable) ocasión de estar muy cerca de Scarlett Johansson, no se le vaya a ocurrir, como hizo un osado periodista madrileño, agarrarla suavemente por el brazo y preguntarle qué es exactamente lo que lleva ahí dibujado (un sol, una montañita...), porque se expondrá a que Scarlett, retirando secamente el brazo, y justo antes de darle la espalda, le conteste con una sonrisa de hielo: «Es sólo un tatuaje».

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