La atracción del festival no fue la película que inauguró la fiesta cinematográfica, sino la actriz, que acudió como miembro del jurado.
La actriz suele llegar a la sala cuando las luces están apagadas. Se sienta, muy seria, por el centro de los asientos reservados para el jurado, cerca de Werner Herzog. Juntos son la viva imagen de la estrella rubiay el director europeo, y forzando un poco más la imaginación, incluso recuerdan a Marilyn y Arthur Miller en sus buenos tiempos.
En esta Berlinale rigurosa, de cine trascendente, que no está para bromas, Renée Zellweger es el recuerdo de ese otro cine de brillo y oropel, de público enloquecido, de autógrafos y ambición de Oscar.
Un cine que aquí, en la Berlinale de este año, sin prácticamente cine de Hollywood, parece de otro planeta. Pero ella no ceja. Cuando acude a los pases de noche se arregla de estrella. El día de la inauguración, con el termómetro muy por debajo del cero, Renée lució un elegante vestido azul con escote palabra de honor y cola de Carolina Herrera (foto).
Aquel mismo día, por la mañana, Herzog - del que estos días se publica su diario de rodaje de aquella locura que fue el rodaje de Fitzcarraldo (La Conquista de lo Inútil, editado por Blackie Books)- había cargado contra el cine digital y la falta de imaginación de Hollywood como guía de su mandato.
Y luego Renée, también a su lado, habló de lo honrada que estaba de volver a Berlín, donde el año pasado había presentado My one and Only, un filme en el que ejercía de mamá (¡a Bridget Jones ya le han llegado los papeles de madre!) más bien alocada que atraviesa Estados Unidos con sus dos hijos adolescentes de la mano.
El filme, poca cosa, no se ha estrenado todavía en España. Pero, al parecer, de esa estancia en Berlín, donde Renée había presentado un par de años antes Chicago, le vino la idea a Dieter Kosslick, el director del evento, de invitar a la famosa actriz a ejercer de jurado.
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